jueves, 29 de diciembre de 2011

¡A comer!

Para comer necesito de cuchillo y tenedor, me dije un día pensando en cosas que no debía, como cuando uno se pregunta si el cielo es azul. Me lo dije como si comentara qué mal te ves con ese saco viejo, o qué fea es la vieja esa que te está mirando. Es que yo me digo las cosas así y así las voy haciendo. Porque decir que uno necesita hacer algo implica tener que hacerlo. Uno no puede dejar un pensamiento a medias, como Pinocchio sin su Pepe Grillo.
Pero como yo no tenía un cuchillo adecuado para la ocasión, tuve que ir a la tienda de la esquina, ¡aquellos viejitos entrañables que desde que yo era pequeño manejaban con tanta dulzura y presteza la tienda de barrio! ¡Esa tienda que está dispuesta a dar y fiar cuanto sea necesario! Siempre hay un dulce para ti si eres un muchacho, y una cerveza fría si ya eres lo suficientemente adulto para poder hablar de política y mujeres con Don Pacho, el dueño de la tienda. Fui a paso ligero para no olvidar mi pensamiento y, a pesar, no podía dejar de disfrutar por última vez la belleza de las casas del barrio al que volví después de cumplir los treinta. Llegué sin una gota de sudor a la tienda a pedir un cuchillo para poder cortar mis partes. No las partes de una carne que me espera en casa, me reía con Don Pacho que no entendía qué tipo de cuchillo buscaba. “Uno que corte huesos”, le dije. “¡Que a las costillas de cerdo y de res no hay por qué cortarles el hueso!”, me dijo Don Pacho como si yo fuera bruto y nunca hubiera comido esas exquisiteces. ¡Cómo voy a extrañar comer! ¡Al menos mi vida se acabará en una comida!
Tuvo que aparecer la dueña de la tienda, que era como la filósofa del barrio, pues además de saberse el nombre de todos y la vida de todos, sabía cómo solucionar cualquier problema con una sola frase. “Déjalo”, le dijo a su esposo levantando la mano como si llevara en ella una espada o los diez mandamientos, “dale el cuchillo más grande que tengamos que todos algún día nos llega la hora de cortarnos el papayo”. Le agradecí enormemente a estos viejitos que también extrañaré y llegué a mi casa, desde donde ahora escribo, con la firme convicción de cortarme el papayo.
Voy a comenzar con los dedos de los pies. Presiento que el dolor no va a ser tan fuerte y que no debe salir tanta sangre, aunque para no ensuciar el piso ya tengo un plástico preparado. Planeo insertar el tenedor en los dedos y luego cortar como si fueran colas de langostino. Claro que son más duros, pero hasta deben ser igual de sabrosos. En la boca va a ser como estar comiendo aceitunas, morder hasta llegar al hueso y raspar con los dientes todo lo que le queda de carne. Los huesos los pongo en una canasta que tengo muy cerca para no hacer tanto esfuerzo. Los guardo para que las personas que lleguen a encontrar mis restos no deban recoger muchas cosas. Si uno se va a comer debe hacerlo de una manera limpia, es suficiente con generar dolor a los demás para ponerlos a recoger los desechos de uno. Nadie quiere la labor de limpiar las sobras de un hijo o un esposo. Menos de recoger los huesos. Por eso también decidí comerme con la puerta cerrada, para que los olores se concentren en mi habitación, mejor dejarlos como algo personal. A veces me pregunto por qué se me ocurrió pensar en comerme, pero no veo una razón para desechar el pensamiento. Uno debería hacer con los pensamientos tristes y dolorosos lo que hace con los fantasmas en casa, cuando uno no los quiere ver cierra la puerta del cuarto.
Yo trato de tener todas mis puertas cerradas. Por eso, prefiero ver esto como un renacimiento. Sólo me comeré lo suficiente para dejar mi aparato digestivo en la condición necesaria para desecharme. No he comido nada desde de la última vez que fui al baño para tratar de que yo salga lo más puro posible. Va a ser como una metamorfosis. De pronto sin vida, aunque tal vez pueda desechar conmigo el alma. En todo caso, voy a ser algo. Eso me tranquiliza. Me hace feliz. Sé que cualquiera llegaría a hacer lo que hago llevado por la infelicidad que a todos nos acomete de vez en cuando. Sé que los problemas sobran: la falta de trabajo, el desamor, las pocas oportunidades, la violencia, la incomprensión, la intolerancia, la locura, la enfermedad, el vicio, el cielo azul o la vida misma. Pero qué diferente es mi situación.
Cortaré primero el dedo gordo. Algo me dice que dolerá menos. Además, para ser sincero, tengo hambre y es la parte con más carne. Escribo esto para dejar un legado, para que de alguna forma el que la lea entienda quién soy y por qué hago esto que parece tan innatural pero que sólo podría ser la manera más normal de terminar una vida. ¡Es como nacer al revés! Me río cada vez que pienso en eso. ¡Qué ocurrencia! ¡Qué inmensas son las posibilidades que le da a uno la imaginación! En este momento estoy aquí, encerrado en mi cuarto y, de pronto, ¡zas!, estoy en China, en Francia, en Alemania. ¡Qué mundo tan encantador! No se deja recorrer todo en una vida, uno necesitaría como tres. Pero mejor, así uno se da cuenta que no todo se puede alcanzar. La mesura es indispensable para llevar una vida feliz. A uno no debe pasarle la de Job, hay que conformarse con estar aquí. ¡Jamás pensé que tendría estos pensamientos en este momento! ¡Debo ser el hombre más feliz del mundo!
Es que pensar es más simple de lo que uno cree. Uno sólo debe concentrarse en cosas felices. ¿Para qué pensar en desgracias cuando se puede pensar en placeres? El mundo es muy grande para que uno se detenga a contemplar lo más feo. De qué sirve estar mirando al chulo que contempla desde los aires los restos de un cadáver, cuando uno puede ver las mariposas. De qué sirve pensar en las hienas que esperan la caída de algún animal, si en vida podemos ver al león. Para qué mortificarse pensando en los gusanos que nos van a comer, si… De pronto para eso me como yo. Para no ser comido por otro. ¿Los gusanos aparecerán incluso sin que yo esté cerca de su presencia? ¿De dónde saldrán? Es posible que se alojen en el estómago y me empiecen a comer desde ahí. Comerán mis desechos, me comerán después de haberme comido. Es inevitable, pero lo que no se puede cambiar nunca es triste. Siempre llegará una mosca a chupar lo que queda de mí y yo no podré detenerla. Al fin de cuentas nunca seré más que una comida. Pero son estupideces las que pienso. Esos pensamientos sólo llevan a la desgracia en un momento de felicidad. ¡Comámonos y seamos felices!
Es verdad que me da cierto temor el dolor que me pueda producir cortarme un dedo, pero pienso que va a ser peor cuando sea todo el pie. Lo bueno es que mis dedos son pequeños, así dejo espacio en la barriga para lo que sigue. Los dedos van a ser como la entrada. El plato fuerte va a ser todo lo que venga después. Qué sería más fácil, ¿cortar todas las extremidades inferiores de una vez o ir una por una? De pronto todas al mismo tiempo, pues cuando acabe de comerme los pies, que son bien carnudos, no sé si tenga las fuerzas para cortar las piernas en dos. Va a ser todo a la vez. Me cortaré los pies, luego debajo de las rodillas, el muslo y, por último, el sexo. Voy a poner cada parte en otro plástico que tengo preparado y voy a comer sin prisas pero consciente de que necesito acabar pronto. No puedo dejar que un mareo por la pérdida de sangre acabe con mi comida. Sería un fracaso que mi demora me llevara a un final prematuro. Necesito estar bien sentado y muy tranquilo, para que tampoco un ataque cardíaco llegue de manera inoportuna. Por eso hay que pensar en cosas buenas, lo que para mí no es difícil. Tengo la virtud de poder desechar todo mal pensamiento con facilidad. Soy un pasador de páginas, como decía mi papá. Cuando algo me molesta, sólo paso la página y sigo adelante. La gente dice que la vida no trae más que desgracias. Sí, es verdad. Y, sin embargo, ¡toda la felicidad que nos da! Que vivir lleva a la demencia. Sí. Y, sin embargo, ¡todo el placer que sentimos! Que no es suficiente con que la vida de uno sea una mierda para terminar volviendo una desgracia la vida de un otro que no es ni más ni menos que el ser amado. Sí. Y, sin embargo… sólo nos queda sonreír.
La parte más difícil va a ser cuando deba cortarme los brazos. No puedo cortarme las manos porque o sino me quedo con los brazos colgando y sería monstruoso comérmelos así. Debo pensar qué hacer después de cortarme el primer brazo. ¿Cómo voy a hacer para cortarme el que me queda con una mano? Va a ser incómodo y va a requerir de un esfuerzo que de pronto para ese momento no pueda hacer. Es posible que ya haya defecado algo y el estómago esté más libre. Lo que no quiero es terminar como vómito. Eso me parecería desagradable. Sobre todo para las personas que lleguen después. Creo que es más difícil de aguantar el olor del vómito. Además, ¿cómo podría cuidarme de no ensuciar más de lo debido al trasbocar? Esto de comerse a uno mismo resulta ser más complicado de lo que parece a simple vista. Uno debería ser como una serpiente y poder comenzar a comerse los pies y seguir hasta quedar reducido a un balón. De pronto uno se comería infinitamente. Esa imagen está bien. Es bonita. Me voy a comer por el resto de mis días. No importa que mi último día sea hoy. Tal vez la imagen del último instante de vida sea la que nos alumbre para toda la eternidad. ¡Qué felicidad saber que voy a verme comiéndome hasta que llegue el final! ¿El final no será hoy? ¿Va a haber otro final? ¿Hay final? Pero qué cosas pienso. Otra vez con filosofías.
Comerme va a ser la cosa más importante que haya hecho en mi vida. Lo sé y no me arrepiento. Mi vida no fue un fracaso, tampoco una desgracia. Yo diría que viví. Comerme va a ser la cosa más importante porque me va a llevar al punto culminante. Ese instante donde la vida se le pasa a uno y se entiende todo por primera vez. No es que yo me considere una persona misteriosa ni más ni menos. Enigmas tenemos todos, pero yo, en especial, soy de las personas más normales que conozco. Nací, crecí, estudié, trabajé, incluso hasta me casé y tuve descendencia. ¿Cómo describiría mi vida? ¿Diría que un pensamiento la llevó al abismo? ¡Pero cuál abismo si esto es la felicidad!
Es una niñería pensar en esas cosas ahora. Todo parece tan vano y al mismo tiempo tan hermoso. Como en verano, límpido y soleado. Hasta me da cierta nostalgia pensar en algunas cosas de mi pasado. ¡Qué voy a recordar en el último minuto! ¡A quién voy a ver antes de empezar a comerme! Qué triste para ti, lector, que no puedas saber. Me voy a llevar el secreto a la tumba, como se dice. Aunque yo me lo voy a llevar a los desechos. Lo que es la vida. Pura mierda podrá decir cualquiera. ¡Otra ocurrencia! Con esta habilidad hasta sea mejor no comerme y volverme escritor. Si no se me hubiera pasado ese pensamiento por la cabeza… ¡Pero bueno! Lo hecho, hecho está, y lo pensado, pensado está.
Debo despedirme porque no me queda mucho tiempo para empezar a comerme. Antes tengo que pedir perdón a quienes me recojan por la horrible imagen que van a ver. Sobre todo porque después de comerme los brazos va a llegar la parte más extenuante. Me va a tocar empezar a morderme los hombros hasta quitar toda la carne que encuentre. Luego va a venir el pecho. ¡Qué bonito y qué imposible sería llegar al corazón! Mi último sueño. También mi última desilusión.
A mis restos quiero que les den la oportunidad de levantarse. Si no sucede nada en algunos días, déjenlos en el lugar que ustedes consideren más apropiado. Una tumba, una urna o en la basura. ¿Por qué no? Es humano que piensen que cómo es posible que alguien haya hecho lo que voy a empezar a hacer. Pero pido que no me arrojen al inodoro. No quiero ser arrastrado por tuberías para ser mezclado con otros desechos. Quiero que, a pesar de la forma que tenga, me sigan considerando un humano. Incluso todavía podría ser útil. Mis restos quedarían perfectos para adornar una casa embrujada o para asustar en una película de terror. Si la gente que reconociera mis restos tuviera sentido del humor yo podría llegar a brillar después de comerme. Pero lo dudo. La felicidad es algo que no se contagia.
Sé que la mayoría reprobará mi acción. Por eso, a los que les moleste verme despezado, ¡que se los lleve el diablo! Comí feliz, es lo único que debería quedar en el registro. En vez de hacer esta carta de despedida debí escribir en letras grandes felicidad. Pero las cosas no se pueden cambiar tan fácil. Sé que comerme es la mejor decisión. Así que mejor comienzo antes de que me llegue otro pensamiento y decline en mi idea. "Para comer necesito de cuchillo y tenedor", leo que escribí al comienzo. Lo que es el pensar, lo que es la vida… Me río. ¡¡¡LA FELICIDAD!!!

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